[HAY DE TODO MENOS GANAS.]

el

He de admitir que no estoy atravesando uno de mis mejores momentos existenciales, un pasado demasiado pesado entre fogones me pesa y aún creo creer que fui alguien.

Ya saben, cosas del ego. Tengo un problema, mi problema es la introspección, le he encontrado el «gustillo» a esto de crecer o al menos intentarlo como persona, como ser humano, esa sensación de cambiar a mejor sin necesidad de competir.

Esta mañana he mantenido una larga charla con una monja budista, un ser muy especial, sí, alguien con quien coincido en diferentes acontecimientos y actos en mi vida. Hace unos días colaboré en los micrófonos de una emisora de radio en la cual la temática era la espiritualidad. Cuando salí de antena, afirmaron los conductores del programa que el budismo era una de las religiones más duras que existían, estuve por volver a entrar en onda, pero no me sentía con fuerzas para desmentir tal afirmación.

El budismo, desde que aterrizó en occidente, a pesar de lo que creen algunos puristas; dejó de ser una religión y mucho menos dura.

Estoy acabando de repasar mi nuevo trabajo editorial y la verdad me desmotiva, sí, no me reconozco, antes me comía el mundo y ahora éste lo hace conmigo. Hay quien lo atribuye a un estado depresivo, y la verdad le sobran razones para este diagnóstico, pero observo con calma y desde las alturas todo lo que acontece.

«Hay de todo menos ganas»

¿Por qué afirmo esto?, pues sinceramente, te ves escribiendo un libro sobre veganismo, facilitando recetas que prácticamente son abrir el bote, montar en el plato y calentar a sabiendas de que a la mayoría de gente les va importar una «mierda» lo que haces y que decir de si lo van a poner en práctica.

A esto me refiero con la introspección, cuanto más bajas hacia tus infiernos, y vas decorando, arreglando y pintando las estancias, esa sensación de entropía organizada te va abduciendo. Y este abducimiento puede generar espejismos de depresión, sin tener ninguna relación con la nombrada.

La gente no tiene ganas, ya no hay esfuerzo ni por amar, ni por cuidarse, ni por no cansarse. Nos cansamos de todo, incluso hasta de lo que nos hace bien. No sé si me gusta este mundo y en lo que está convirtiendo.

«Sobran libros de cocina y faltan cocineros»

Sí, con esta rotundidad leía esta frase del libro «La cocina como meditación» de Raúl Vincenzo. Y recapitulaba los cientos de blogs que existen con recetas gratuitas y me preguntaba quién iba a prestar atención a «otro» libro más que se sube al tren tardío de la moda gastronómica vegana.

Esta frase, ha tenido un gran poder sobre mi, me ha inyectado una idea que es la de regresar a los fogones. Sí, regresar a los fogones en solitario, Mi último intento me costó la salud y por unos momentos la vida, soy demasiado sensible y frágil como para dejar que trabajadores me cubran de sus miserias tóxicas y yo no sepa gestionarlas y mi corazón se quiebre.

No voy a contar nada, es mejor, aunque su mente ya está imaginando, pero cualquier cosa que imagine no se va a parecer a mi realidad, simplemente porque no me conoce, aunque lleve décadas siguiéndome. Yo no soy ya ni el mismo que ha comenzado a escribir este artículo hace 10 minutos. Por eso no creo en la empatía, creo en el amor, sí, el amor ese de no permitir que nadie sufra si está en tu mano, de que te amen en voz alta… ¿No sé si me explico bien?

Felíz tarde de lunes…

Deja un comentario